Categories
Opinión Resisters

Claro que se puede ser feliz, muy feliz, sin pareja – Reflexiones de 14 de febrero

He revisado con lupa todos mis catorce de febrero, he navegado por la biblioteca de mis recuerdos en todos mis calendarios, y me he dado cuenta de algo: jamás he tenido una cita el 14 de febrero. Ni siquiera cuando tuve pareja.

Recuerdo a mi yo adolescente, esperando que un príncipe en su carroza llegara con flores y una sonrisa radiante para llevarme a un lugar romántico, con velas, una cena y postre. Que me llenara de besos y abrazos y me dijera incontables veces “te amo”.

Recuerdo haber deseado una tarjeta, un regalo, un detalle. Esperando algo que, en el fondo, sabía que no iba a recibir, porque no estuve con las parejas más románticas para mi gusto. Sufrí, mucho, por el deseo de vivir el mágico cuento del amor.

Llevo dos años soltera y este camino, que comenzó con dolor, me llevó a preguntarme: ¿de dónde viene este deseo? ¿Por qué me duele tanto no tener un romance de película? ¿No ser escogida? ¿Cómo apagar este anhelo que solo me hace sufrir?

En este tiempo me di cuenta de que no, este deseo no es mío. Y creo haber descubierto cómo desmantelarlo.

El 14 de febrero tiene raíces en la antigua Roma, en rituales que sometían a las mujeres. Durante las celebraciones de las Lupercales, los sacerdotes sacrificaban cabras y golpeaban a las mujeres con sus pieles para incentivar su fertilidad. Eran vistas como recipientes de vida, herramientas de procreación. También existía la fiesta de Juno Februata, donde los hombres sacaban de una caja un papel con el nombre de una mujer para tener un encuentro casual. Solo los hombres podían escoger; las mujeres eran el premio.

Mi versión favorita es la del sacerdote Valentín, quien desafío al emperador Claudio II y casaba en secreto a los enamorados, pues el gobernante había prohibido el matrimonio para que los jóvenes se alistaran en el ejército. Valentín fue descubierto, apresado y ejecutado un 14 de febrero. ¡Decapitado!

A lo largo de los siglos, la festividad evolucionó. En 494 d.C., el papa Gelasio I la declaró oficial. En 1969, la Iglesia la eliminó del calendario por sus orígenes paganos. Y en el siglo XX, el mundo anglosajón la convirtió en una fecha de consumo, encajándola perfectamente en el sistema económico patriarcal.

Aprendiendo sobre todo esto, vi que el deseo de amor romántico no es biológico ni innato. Nos lo vendieron con mitos, leyendas y estrategias de marketing que se instalaron muy bien en la sociedad. Así nos insertaron el imaginario de que ser amadas significa que alguien nos elige bajo las reglas del amor romántico. Nos condicionaron a creer que sin pareja estamos incompletas.

Nos enseñaron a vivir emparejadas, a procrear, a atender, a complacer, a conquistar. A servir, a ceder, a sacrificar, a resignarnos, a depender, a sostener, a agradar, a obedecer, a callar, a someter, a esperar, a necesitar, a suplicar, a renunciar, a consentir, a postergarnos, a perdonar, a soportar, a justificar, a mendigar, a adaptarnos: al amor patriarcal.

Y que todo eso es el amor y que ese amor, es el único que nos va a dar felicidad.

Al transitar el dolor y temblar de ansiedad por las secuelas del amor romántico—la violencia, la enfermedad, el desquicio—me pregunté: ¿qué pasa si empiezo a vivir todo lo que imagino con una pareja, pero sin una? Y así lo empecé a hacer.

Después de buscar con lupa el amor y revisar cuántos momentos había sido feliz gracias a él, me comprometí a algo distinto: a verlo. No había nada que buscar, solo tenía que verlo. Decidí aprender a escucharme, a afinar mis emociones, a observarme y sentirme, y luego, a todo lo que me rodea.

Que si he sufrido en el proceso, sí. Desatarse de lo que se supone que es el amor es como llevar a un adicto a rehabilitación. Escuché un podcast de Coral Herrera que se llama Yonkis del amor” y aprendí todo lo necesario para entender que era presa de una droga.

Que rehabilitarme podría llevar meses o años. Es que han sido tantas décadas donde se me ha trasladado a mí y a mi generación, y a la anterior, y a la anterior de la anterior también, el terrible concepto de amor romántico, que claro que desear todas esas reacciones desatadas en mi organismo iba a ser algo difícil de detener.

La sensación de euforia, de falta de concentración, de pérdida del sueño, del enganche, todo corresponde a una adicción y claro que como buena adicta, he tenido recaídas. “Los yonkis del amor no nacemos, nos hacemos”, dice Coral, porque una vez que conocemos un poco de ese tipo de “amor”, no nos conformamos y a medida que experimentamos de los efectos de la droga, la necesidad aumenta.

Las dosis se hacen insuficientes. Al grado de llegar a creer que bueno, si no tenemos a nuestro proveedor o proveedora, no hay forma de sentir felicidad y estamos todo el tiempo buscando la reincidencia.

Qué loca está Coral y las otras mujeres como Helen Fisher, de las que ella lo aprendió… y qué loca estoy yo por escucharle, pensé en algún momento. Pero a medida que pasaron los días, las semanas y los meses sin vivir bajo el constructo del amor romántico experimenté mucha ansiedad, a veces aún lo hago. Algunas deseando la droga pero muchas otras recordando el abandono y el sometimiento al que muchas veces acudí por esa idea del amor, y me di cuenta que sí, “tú eras la droga de la que mami me hablaba, la que moría si probaba”, canta Bad Bunny.

He dejado de esperar que ese tipo de amor llegue y empecé a verlo. En mí, en mi presente. En mi madre, en mis amigas, en mis colegas, en mis abuelas, en mis amigos, en desconocidos que me aprecian, en los gatos de la calle, en la música, en las lecturas, en los chistes, en la naturaleza, en el agua en mis pies, en la risa sincera que me deja un dolor de garganta que adoro. Abrirme a ver el amor en todas partes me ha regalado experiencias maravillosas.

Mi vida no podía ponerse en pausa esperando “el amor”.

El amor ha sido acomodar un ramo de flores con mi abuela y ver cómo ilumina la mesa. Ha sido reventarme los tímpanos con la música que amo, Karol G, Sister Nancy, mientras cocino ensalada de papas para mí misma. Ha sido abrazar a mi amiga como si la amara, porque la amo. Ha sido bromear con mi hermano y trasnocharnos hablando. Ha sido llorar con amigos que me aman y me escuchan aunque yo no sea su pareja. Ha sido el brillo que siento en el pecho cuando le hago cosquillas a mi hermanita y se dobla de risa. Ha sido viajar sola y encontrar alegría en la exploración, en caminar y sonreírle a desconocidos. Ha sido aprender que todo lo que alguna vez quise hacer con una pareja, también lo puedo hacer sola y ser feliz.

Estoy aprendiendo a pasar tiempo sola, a disfrutar mi espacio, a jugar con mis gatos, a ir a clases de baile, a salir con personas sin expectativas, a disfrutar amistades. Crucé un país en bus, intenté patinar aunque me caí, tuve sexo con alguien a quien no volví a ver, bailé reguetón con desconocidos, he visto a mis artistas favoritos cantar, participé en charlas, he publicado artículos que me hacen sentir orgullo de mí, y me liberé del “cuando tenga pareja”. No tengo que esperar a nadie para vivir y experimentar el amor. No tengo que esperar a un complemento para darle inicio a mi felicidad.

Claro que he sufrido, pero ya no soy prisionera de un constructo creado hace siglos. Me decidí a no perpetuar este sistema insostenible, sobre todo para nosotras. No se puede vivir sufriendo por una forma impuesta del amor.

Desde que entendí que el amor es la vida, me siento inmortal. No está en la persona ideal que nos vendieron en la televisión o en TikTok. No es que los chocolates y las rosas estén mal, sino la creencia de que nuestro valor depende de ser elegidas.

Quiero creer que si San Valentín existió, no fue decapitado para que sufriéramos deseando la droga del amor romántico. Quiero creer que ese amor que defendía era revolucionario, apacible y no dañino.

Hay que atrevernos a vivir fuera de él. Atrévete este 14 de febrero a celebrar el amor que sea que tengas. Lo único terrible de estar soltera es que comienzas esa etapa tras una ruptura, pero lo que viene después de transitar el dolor, es maravilloso. La soltería no es una maldición, lo es el mito que nos obliga a buscar pareja y a desear estar con una para poder ser felices. Cuando descubres que el amor siempre ha estado ahí, la pregunta “¿dónde está el amor?” deja de tener sentido. No dejes que que las redes sociales, las miles de promociones en restaurantes, tiendas de ropa y floristerías te hagan dudar dónde está el amor en tu vida.

Porque el amor eres tú y tu capacidad de sentir. Y tú siempre has estado aquí. Sanar tu idea del amor te abrirá el camino a vínculos, que no se sentirán como la droga del romance.

Vale la pena amar a quienes ya te aman. Vale la pena elegirte. Porque claro que puedes ser feliz, muy, muy, pero muy feliz sin pareja.