Por: Heidy Isabel Hernández
Sex and the City fue un fenómeno cultural en los noventa, y gracias al streaming, lo es nuevamente en 2024. Desde su estreno en 1998, ha sido una piedra angular de la cultura popular y un punto de referencia para las representaciones de mujeres modernas en los medios. Sus protagonistas, Carrie Bradshaw, Samantha Jones (la bandida), Charlotte York (la romántica) y Miranda Hobbes (la pragmática), navegan Nueva York tratando de ser la mujer que lo tiene todo: amor, sexo, una carrera exitosa, bolsas de diseñador y amistad. A lo largo de sus seis temporadas, vemos a estas mujeres cometer un sinfín de errores y, en algunos casos, aprender de ellos. Mientras miraba videos de TikTok sobre cómo no ser Carrie en las relaciones, no pude evitar preguntarme: ¿puedo aproximarme a esta serie desde una perspectiva feminista?
La era de la no inocencia
En el primer episodio de Sex and the City, Carrie Bradshaw introduce a los espectadores a lo que ella llama “la era de la no inocencia”. Con esta frase, Carrie encapsula el espíritu de la serie durante sus primeras tres temporadas y su enfoque hacia la vida y las relaciones en la ciudad. “Nadie tiene desayunos en Tiffany’s ni amoríos para recordar,” dice, “en su lugar, tenemos desayunos a las 7 a.m. y amoríos que queremos olvidar lo más pronto posible.” Esta declaración no solo marca el tono cínico de la serie, sino que también refleja una era en la que el ideal romántico tradicional ha sido reemplazado por una visión más pragmática y, a menudo, desilusionada del amor y las relaciones. La “era de la no inocencia” es un reflejo directo del feminismo de la tercera ola, que surgió en los años 90 y que defendía la idea de que las mujeres (blancas en su mayoría) podían ser fuertes, independientes y sexualmente activas sin disculpas.
A medida que la serie progresa, tres de las protagonistas resignifican el amor romántico y terminan en una relación heterosexual, pero no necesariamente heteronormativa. Respondiendo a sus propios conflictos como personajes, Miranda, Charlotte y Samantha subvierten las narrativas de dependencia emocional y la búsqueda del “príncipe azul”. Miranda acepta que el rol pasivo que exige una relación amorosa no es uno que ella quiera desempeñar y se convierte en la principal proveedora de su matrimonio. Charlotte reconoce que sus expectativas sobre el amor romántico estaban sesgadas por cuestiones de clase y se casa con un hombre que rompe con todos los requisitos que ella misma se había impuesto. Su viaje es un recordatorio de que las expectativas sociales pueden ser desafiadas y que la verdadera realización viene de entender y perseguir lo que realmente queremos. Samantha cierra la serie con una relación estable con un hombre más joven que no la juzga por su liberación sexual y es capaz de respetar su empoderamiento. Un final tan refrescante para ellas como lógico a nivel narrativo.
No es así en el caso de Carrie, quien a pesar de innumerables “red flags”, decide quedarse con el galán tradicional que teme al compromiso. Esta decisión se siente casi como una traición a la premisa de la serie, ya que vemos que Carrie no ha cambiado y sigue anteponiendo el amor romántico a todo en su vida. Reconozco que las relaciones tóxicas y turbulentas venden, y que esta elección es dolorosamente relacionable e incómodamente realista, pero con la perspectiva moderna es inevitable cuestionar las motivaciones de los guionistas. En muchos sentidos, Carrie es aspiracional, o al menos yo amaría poder vivir solo de escribir columnas de opinión, y por eso no es casualidad que sea ella quien termina cediendo su individualidad por el supuesto hombre de ensueño. No puedo evitar pensar en Jo March, de Mujercitas, quien también termina contra todo pronóstico y desarrollo de personaje en una relación romántica. Este tipo de final es atractivo porque es fácilmente reconocible y cumple con ciertas expectativas tradicionales del público sobre cómo deben resolverse las historias de amor y con qué debemos soñar las mujeres.
La serie finalizó en 2004, en un momento en el que el discurso feminista estaba nuevamente en transformación y se popularizó la idea del feminismo de elección o “choice feminism”, que enfatizaba que cualquier elección hecha por una mujer es feminista si la hace sentirse empoderada, independientemente del contexto social o político. Esta forma de pensamiento diluyó la crítica más amplia a las estructuras de poder y a las desigualdades sistémicas. Recordemos que fue la época de cantantes pop hipersexualizadas y del culto a la delgadez extrema, lo que ayuda a entender por qué Carrie siempre regresa con Mr. Big.
Para fines prácticos y por mi salud mental, en este texto estamos ignorando por completo las películas, que destruyen deliberadamente estos “finales felices” con el único objetivo de vender entradas, y “And just like that”, una continuación lanzada en 2021 que no ha logrado el éxito de su predecesora.
La dualidad de la “Cosmo girl”
El término “Cosmo Girl” está vinculado a una imagen específica de feminidad que se popularizó a través de la revista Cosmopolitan, especialmente a partir de la década de 1960 bajo la dirección de Helen Gurley Brown. Esta imagen se centra en una mujer joven, atractiva, independiente y sexualmente liberada, que encarna una forma de feminismo conocido como feminismo de consumo. Sex and the City tiene una definición muy cerrada de éxito, y esta está enmarcada por el capitalismo. Carrie es el epítome de la “Cosmo Girl”: una mujer independiente que no teme gastar dinero en ropa de diseñador y que ve el consumo como una forma de autoexpresión.
Algo que está presente en los nuevos feminismos, aparte de la interseccionalidad, es reconocer el rol de una sociedad de consumo. Sex and the City refleja una realidad en la que las mujeres, especialmente las blancas de clase media estaban ingresando al mercado laboral en igualdad de condiciones con los hombres por primera vez. Sin embargo, esta visión ignora las experiencias de las mujeres racializadas, quienes ya habían sido parte de la fuerza laboral durante generaciones, y para quienes trabajar no representaba una nueva forma de poder, sino una necesidad impuesta por un sistema que no consideraba sus necesidades ni sus luchas. Por ejemplo, Charlotte deja de trabaja a partir de su divorcio porque simplemente no lo necesita e incluso tiene el poder adquisitivo de regalarle su anillo de compromiso a Carrie. Esta última se encuentra básicamente en bancarrota, pero en lugar de plantearse una solución tangible o abordar el miedo que miles de personas han experimentado de no tener una vivienda, la serie lo resuelve sin ahondar en la problemática. En última instancia la serie refuerza en cuestiones económicas las mismas desigualdades que el feminismo busca desafiar.
La amistad femenina: un legado rescatable
A pesar de las críticas que se pueden hacer a Sex and the City en términos de su limitada visión e ignorancia de la época, uno de los aspectos más fuertes y rescatables de la serie es su enfoque en la amistad y la conexión entre mujeres. Desde el principio, la serie establece que, aunque las relaciones románticas son importantes, la verdadera base de apoyo y felicidad de las protagonistas proviene de su amistad entre sí. La amistad entre Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha es el núcleo emocional de la serie y refleja algunos conflictos muy cercanos, como estar cansada de escuchar a tu amiga volver con su terrible ex (sí, hablamos de Mr. Big). La serie, aunque a veces cae en las trampas del feminismo de consumo y las narrativas románticas tradicionales, también celebra la independencia emocional que las mujeres pueden encontrar en sus amistades. Este discurso sobre la amistad y la solidaridad femenina es quizás el legado más significativo y positivo de Sex and the City. En un mundo donde las mujeres a menudo son socializadas para competir entre sí, la serie ofrece un contrapunto importante, mostrando cómo las mujeres pueden ser las mayores aliadas y fuentes de fortaleza unas para otras.
En los últimos años, ha surgido un enfoque crítico conocido como “paranoid reading” (concepto creado por Eve Kosofsky Sedgwick), que busca desmantelar y cancelar productos culturales que no se alinean perfectamente con las normas sociales y éticas contemporáneas. Sex and the City no ha sido inmune a esta tendencia, siendo a veces atacada por su falta de diversidad, su visión limitada del feminismo y su tratamiento de las personas racializadas y diversas. Sin embargo, cancelar o desestimar completamente la serie ignora las contribuciones significativas que ha hecho en términos de abrir diálogos sobre la sexualidad femenina, la independencia y, sobre todo, la sororidad. En lugar de desechar por completo estos productos culturales, es importante reconocer tanto sus defectos como sus méritos, y utilizarlos como puntos de partida para discusiones más amplias y matizadas sobre feminismo.